CONFLUENCIA ENTRE KIRCHNERISMO Y SOCIALISMO

Un nuevo escenario

Cuando apareció en 1894, La Vanguardia se propuso “representar al proletariado, promover todas las reformas tendientes a mejorar la situación de la clase trabajadora, fomentar la acción política del trabajador argentino y extranjero, combatir todos los privilegios, difundir las doctrinas económicas creadas por Adam Smith, Ricardo y Marx, a presentar las cosas como son y a preparar entre nosotros la gran transformación social que se acerca”. Desde aquel momento y durante 50 años, fue la publicación obrera más importante del país. Desde sus páginas, fue denunciada cada una de las represiones que padeció el movimiento obrero, se difundieron todas sus luchas, se propusieron políticas públicas tendientes a lo que por entonces se denominaba “la mensurable elevación material y moral del pueblo trabajador”. Por todo ello, tantas veces fue silenciada, se clausuraron sus talleres en algunas ocasiones, sus máquinas fueron empastadas en otras y se encarceló a sus redactores casi siempre.

También tuvo épocas de confusión que, vistas con los ojos de hoy, podríamos calificar de extravío político. Ante la aparición del peronismo —y en casi todo lo relacionado con el desarrollo de ese fenómeno—, La Vanguardia se equivocó, pero creemos que lo hizo sin prostituirse ni traicionar. Juan B. Justo, en 1910, dedicó su principal obra, Teoría y Práctica de la Historia, a la “masa laboriosa y fecunda, sincera aún en el error, en la rebelión santa”. Sin ánimo de indulgencia, creo que podría aplicarse al periódico obrero la misma feliz expresión: durante una prolongada etapa La Vanguardia fue “sincera aún en el error”.

Los tiempos han cambiado. La prensa escrita de los partidos políticos en estas épocas de televisión e internet no tiene la utilidad que tuvo cuando ni siquiera la radio era un medio masivo. Frente a ello, podríamos preguntarnos por qué nos esforzamos para que siga saliendo la publicación, y la respuesta aparece rápida y nítida: porque los grandes medios no tienen el propósito que desde su primera hora tuvo y mantiene La Vanguardia, porque todavía es útil para denunciar, para debatir, para proponer, y porque queremos mantener viva la mejor tradición de la izquierda argentina que no se concibe sin la presencia de un periódico que plantee sus posiciones en torno a lo que pasa aquí y en el mundo.

La Vanguardia sigue siendo una herramienta de trabajo político, inserta en otra mayor que es la agrupación política, a la cual tratamos de adecuar al momento histórico que vivimos, aunque a veces esa adecuación —que no es otra cosa que coherencia ideológica y política— nos obligue a abandonar estructuras anquilosadas y burocráticas, como nosotros tuvimos que hacerlo. Irse del lugar que ya no representa lo que se piensa ni sirve para luchar es la obligación del militante y no impone costo alguno porque, como dijera Siqueiros, “no se puede hacer música revolucionaria con órganos de iglesia”.

La irrupción del kirchnerismo en la vida nacional nos permitió visualizar un nuevo escenario y mantener nuestras banderas reconociendo que ese vasto y complejo movimiento fue el que permitió recuperar al menos tres elementos que estaban olvidados, despreciados y subordinados en la vida política argentina:

•• La política misma como herramienta de transformación social, hasta 2003 subordinada al interés de las corporaciones económicas y debidamente farandulizada al punto que importaba más lo que se lucía en la mesa de Mirtha Legrand que lo que se decía en el Congreso Nacional;

•• La idea de que las personas son sujetos titulares de derechos, no de derechos en abstracto, meramente declamables, sino de derechos en concreto, gozables en la vida real, de derechos que informan el concepto de ciudadanía y que están en permanente expansión; y

•• La idea de que el Estado está presente y tiene capacidad para promover políticas que permitan garantizar la vigencia y el goce efectivo de esos derechos.

Estos tres elementos centrales, puestos en marcha por el kirchnerismo, formaban parte del bagaje intelectual histórico socialista y por ello los sostuvimos en énfasis durante todo el menemismo, los propusimos sin éxito a nuestros socios políticos durante el gobierno de la Alianza y los planteamos con énfasis y convicción en 2002 cuando pensábamos cómo salir de la profunda crisis.

Siempre sostuvimos estos elementos fundados en las corrientes de filosofía política con que siempre nos nutrimos, advirtiendo pronto que en los mismos fundamentos abrevaban los gobernantes elegidos en 2003. Esas corrientes son:

•• El verdadero republicanismo, que importa la valoración y jerarquización de la cosa pública, y que el kirchnerismo honró con el saneamiento de la Corte Suprema de Justicia y hoy lo hace proyectando la democratización del Poder Judicial; que honró con la estatización de las dos principales empresas argentinas, YPF y Aerolíneas Argentinas, con la recuperación de la administración de los fondos de jubilaciones y pensiones, y con el juzgamiento de los delitos de lesa humanidad ocurridos durante la dictadura genocida;

•• El liberalismo político de avanzada, que importa la consagración de derechos que extienden y garantizan libertades fundamentales, y que el kirchnerismo honró al derogar el delito de calumnias e injurias para periodistas o al posibilitar el reclamo callejero sin ningún tipo de represión estatal, que honró al consagrar la libertad de contraer matrimonio con quien se tenga ganas, al expresar nuestra identidad de género, entre tantos otros derechos que hacen a libertad y que jamás formaron parte de la agenda de quienes se han llamado liberales en la Argentina; y

•• El socialismo, que brega por la inclusión social y no tiene miedo a los conflictos cuando éstos posibilitan el avance social, fue honrado por el kirchnerismo al proponer el mayor proyecto tendiente a la redistribución del ingreso de que se tenga memoria en el país cuando propuso que fueran los sectores más ricos de la sociedad quienes aportaran más impuestos para el sostenimiento del aparato estatal y el financiamiento de derechos económicos, sociales y culturales.

Desde nuestra propia tradición política hemos aportado para todo esto y es mucho lo que aún tenemos para aportar a fin de continuar con la profundización de un modelo que consagra derechos y amplía la esfera de ciudadanía. Quizá este año puedan comenzar a debatirse propuestas de derechos individuales —el aborto gratuito y seguro debe ser uno—, y sociales, tales como la participación de los trabajadores en la administración y las ganancias empresarias.

Por todo ello y entendiendo que la política debe pensarse como decía Enrique Dickman “en el hoy que es la síntesis del tiempo y en el aquí que es la síntesis del espacio”, culmino afirmando que estamos en el lugar que tenemos que estar y en él vamos a seguir estando.

Guillermo F. Torremare


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