Otra vez justicia

Escribe Oscar R. González

Hace 15 años, cuando regían las leyes de impunidad y los genocidas caminaban entre nosotros, el personero del establishment Mariano Grondona congregó en su programa televisivo al maestro socialista Alfredo Bravo, secuestrado durante la dictadura, y al comisario Miguel Etchecolatz, jefe de Investigaciones de la Bonaerense en la misma época.

Les dio igual trato, como si cada uno representase una doctrina sobre la cual se podía debatir civilizadamente. Bravo, que ignoraba que iba a tener ese interlocutor, denunció al aire que el policía había desaparecido a muchos y que había sido su torturador. “Usted es un personaje siniestro”, le enrostró indignado. Etchecolatz alegó que no había tantos desaparecidos, que Bravo no había sido torturado y, con simulado enojo, se dirigió amenazante contra quien había sido su víctima, reeditando el perverso episodio de 1977. El maestro no se quedo atrás y se irguió indignado para enfrentar la agresión. El conductor, con fingida prudencia, se interpuso entre ambos y dio por terminado el cruce.

Lo ocurrido ese día reveló la conducta de los dos protagonistas de la historia: nadie podía dudar sobre quien decía la verdad. El 19 de diciembre, por segunda vez, un tribunal condenó a perpetua a Etchecolatz. No le fue difícil reconstruir su actividad: entre muchas otras pruebas, más de 300 testigos dieron fe de la condición de torturador y asesino. Bravo falleció el 26 de mayo de 2003, a horas de que Néstor Kirchner asumiera el gobierno que terminaría con la impunidad.

Ese mismo día, junto a su esposa Cristina acompañó a la familia, amigos y compañeros del veterano legislador a quien una década después, sin necesitarlo, la Justicia volvería a reivindicar.