HACE 86 AÑOS, MORÍA JUAN B. JUSTO
Memoria del fundador
Figura notable de la política argentina, fundador de La Vanguardia, del Partido Socialista y de una serie de organizaciones dirigidas a canalizar las luchas por la emancipación de los trabajadores, Juan B. Justo moría el 8 de enero de 1928 en Los Cardales. En un libro escrito en 1999, Juan Carlos Portantiero reseñaba su biografía intelectual, personal y política. Se reproducen aquí algunos fragmentos.
A principios de la década del noventa, un siglo atrás, un joven médico, perteneciente a una familia tradicional, y exitoso en su profesión de la que se había graduado con medalla de oro, descubre quo no está allí su destino. “Hubo una época en mi vida —recordará en 1910— en que yo salía todas las mañanas del hospital, después de pasar media jornada entre los enfermos, los lisiados, las victimas variadas de la miseria, de la explotación y del alcohol. Y cuando se hubo apagado en algo de mí el orgullo del artífice que opera en carne de hombre, del obrero cuya materia prima son los tejidos humanos, cierto día al retirarme fatigado empecé a preguntarme si aquella lucha contra la enfermedad y la muerte que absorbía todas mis fuerzas, era la mejor, la más inteligente que yo podía hacer [...] ¿No era más humano ocuparse de evitar en lo posible tanto sufrimiento y tanta degradación? […] Pronto encontré en el movimiento obrero el ambiente propicio a mis nuevas y más fervientes aspiraciones.”
Juan Bautista Justo dejaba en estas palabras, pronunciadas ante un público popular en un mitin socialista realizado en La Boca, el testimonio de lo que le había confesado a su amigo Nicolás Repetto en una carta desde Madrid, fechada en 1895. “Estoy atravesando una crisis de espíritu”, le escribía entonces a su joven colega, y le anunciaba que estaba dispuesto a abandonar su prometedora carrera en la medicina para dedicarse por entero a la política. Meses después, a fines de junio de 1896, participó del congreso en el cual, tras varios antecedentes, se constituyó el Partido Socialista de la Argentina.
“ESTE PAÍS SE TRANSFORMA”
Favorecido por la modernización económica de fin de siglo, por la expansión inmigratoria que revolucionó el perfil demográfico de la sociedad criolla, por el aire ideológico cosmopolita universalista que propició el movimiento generacional de los ochenta y en el marco de la aparición de la “cuestión social”, surgía, organizado como partido, el socialismo en nuestra vida política y cultural. Más allá de los avatares que fue acumulando desde entonces, ese hecho fue fundamental en la escena moderna de la Argentina. Como habría de señalarlo Alejandro Korn, a poco de la muerte de Justo, “cuarenta años después de Caseros no había germinado ninguna idea nueva en el cerebro argentino”.
Dos años antes de la fundación del Partido Socialista, Justo había creado —junto con el fundidor de tipos Augusto Kühn, el tipógrafo Esteban Jiménez y el tonelero Isidro Salomó: alemán el primero, españoles los dos restantes, el periódico La Vanguardia (“socialista científico, defensor de la clase trabajadora” como rezaba su lema) con el aporte de trescientos pesos donados por Kühn y la venta de su coche de médico por parte de Justo. Este redacta su primer editorial, quo se abría con una frase en la que el diagnóstico comenzaba a transformarse en programa: “Este país se transforma”. La enumeración de cambios que justificaba esa portada del artículo daba cuenta del ingreso de la Argentina a la modernidad capitalista. Ese cuadro de progreso implicaba también la aparición de nuevas formas de la injusticia social y de nuevos conflictos de clase que el socialismo se proponía reparar.
EL PRIMER PARTIDO MODERNO
Desde sus orígenes el socialismo buscó constituirse como la antítesis de los vicios de la “política criolla”. Su accionar se fundó en una visión iluminista y algo inocente acerca del papel que la ciencia y la técnica podían llegar a tener en la conformación de una identidad política acorde con los intereses de las nuevas clases populares. El socialismo argentino, conducido por la mano muy firme de Justo y de un pequeño núcleo de dirigentes que fueron conformando con el tiempo una elite brillante, protagonizó una empresa social de enorme envergadura que, si bien no pudo trascender salvo ocasionalmente los limites urbanos, tuvo en ese espacio y hasta el advenimiento del peronismo un éxito inusual en el continente.
El socialismo argentino tomó como modelo de organización a los partidos europeos de la Segunda Internacional, que se había fundado en 1889. Así, sin llegar a los extremos de la admirada socialdemocracia alemana en el diseño de su actividad como contracultura, produjo múltiples redes de identidad para los trabajadores y sus familias, que incluían en la cúspide al partido pero de la que formaban parte bibliotecas, cooperativas, agrupaciones sindicatos, editoriales, sociedades barriales, ateneos de divulgación científica —como la Sociedad Luz, en Barracas—, teatros y hasta recreos infantiles.
Toda esta vasta malla de socialización en los valores de una cultura y de patrones alternativos de comportamiento que siempre caracterizaron a los socialistas, era una de las caras, quizá la más perdurable y transformadora, de una agrupación que intentaba postularse como agente modernizador de la sociedad frente a las pautas tradicionales que, más allá de sus diferencias, compartían conservadores y radicales. Esta diferenciación se expresaba con nitidez en la forma de la organización partidaria: tanto en lo que separaba a la actividad de los comités tradicionales de la de los centros socialistas o en la distinta estructura de la militancia, con afiliados que no debían depender de caudillos o de “punteros” y que debían contribuir con sus cotizaciones al sostenimiento de la actividad cuanto en los modos de su funcionamiento orgánico —desde la base hasta la cúpula de su organización partidaria— mediante el cumplimiento estricto de fórmulas estatutarias, lo que lo convirtió en el primer partido moderno de la Argentina.
Pero quizá lo verdaderamente trascendente del socialismo argentino sea haber colocado en el horizonte ideológico de la política argentina el tema de la justicia social, completando las banderas del sufragio libre que desplegara el radicalismo desde sus orígenes. El electorado de Buenos Aires premió durante décadas esa vocación: entre 1912 y 1926 el socialismo jamás obtuvo en la Capital Federal menos del 30 por ciento de los sufragios y si en 1928 y 1930 el porcentaje bajó, ello sucedió por la escisión del socialismo independiente con Federico Pinedo y Antonio De Tomaso a la cabeza. En 1942, última elección previa al golpe militar de 1943, el socialismo capitalino revalidó otra vez su título de partido mayoritario en el distrito.
Después de 1943 la realidad sociocultural de la nueva industrialización, capturada por el peronismo, fue dejando progresivamente al socialismo en las orillas de las grandes convocatorias de masas. El sueño de Juan B. Justo se fue diluyendo en un duro despertar de fragmentaciones sucesivas. Su trayectoria no fue la que define a un nombre del Poder, sino en todo caso en lo que el poder tiene de control, de crítica y de oposición que busca fundar alternativas. Pero en la historia de la política y de la cultura argentina dejó el testimonio de una de las experiencias más significativas para el proceso de modernización y democratización de la Argentina, tras los llamados de alerta de la crisis del noventa.
INFANCIA Y JUVENTUD
Juan Bautista Justo nació en Buenos Aires el 28 de junio de 1865, cuando habían comenzado a tronar los cañones de la guerra contra el Paraguay. Fue en pleno barrio de San Telmo, en una casona de su abuelo en la calle Balcarce casi esquina con Chile, contigua a un molino de propiedad familiar desde el que, se dice, escapó por la puerta trasera rumbo a Colonia del Sacramento el general Paz en 1841, huyendo de la persecución de Rosas. Sus padres, Juan Felipe Justo y Aurora Castro, venían de un linaje unitario y ambos eran de posición económica desahogada. Los Justo, comerciantes y molineros, tenían también intereses rurales, lo mismo que los Castro, hacendados en Tapalqué, aún entonces un puesto de avanzada en la lucha contra el indio, donde estaba asentado el fortín La Vanguardia, nombre que quedó impreso en la memoria del niño Juan Bautista y que reaparecería años después en su vida para bautizar al legendario periódico socialista.
Los Justo eran de origen italiano, emigrantes a España a finales del siglo XVIII y a Gibraltar en oportunidad de la invasión napoleónica. En ese tránsito, el apellido original Giusto se castellanizó y así llegó en 1829 al Rio de la Plata, con los hermanos Francisco Domingo y Agustín Pedro, instalándose el primero en Buenos Aires y el segundo en Goya. Francisco Domingo fue abuelo de Juan B. Justo y el otro del general Agustín P. Justo, futuro presidente de la república, pero pese al parentesco ambos primos segundos nunca tuvieron un contacto frecuente.
El matrimonio Justo Castro vivió en medio de constantes desencuentros hasta llegar finalmente a la separación. Para el niño y sus seis hermanos el padre fue una figura ausente, siempre en el campo, como administrador de estancias. Su madre, en cambio, a quien la ausencia del marido hizo precipitar a menudo en graves problemas económicos, fue su primera maestra, antes de que Justo ingresara a la Escuela Inglesa, en el barrio sur. La escuela no dejó en él buenos recuerdos, como lo señaló en un mensaje a los jóvenes socialistas escrito poco antes de su muerte. En 1876 ingresó al Colegio Nacional Buenos Aires. Años después, en 1896, en un artículo publicado en La Nación refutando a Max Nordau habría de recordar así su paso por esas aulas:
“En el Colegio aprendí algo de matemática física y química, lo que todo muchacho aplicado puede aprender. Me interesé por el francés y por el inglés más que por el latín y el griego y no me arrepiento, porque si hasta ahora no he podido, como Nordau, hablar con Séneca el Joven ni con Valeyo Petérculo, he podido conversar con muchos franceses o ingleses que he encontrado y soy muy amigo de conversar. A lo que no he conseguido meterle el diente fue a eso que se enseña en los colegios bajo el nombre de filosofía y sigo refractario a ello”.
Su primera gran vocación la encontró en la Facultad de Medicina a la que ingresó en 1882 y de donde salió, graduado, seis años después. Su carrera fue brillante a tal punto que, aún como estudiante, los Anales del Círculo Médico Argentino publicaron diversos trabajos suyos. Entretanto, para sostener al hogar que padecía uno de esos recurrentes momentos de aprieto económico el joven Justo iniciaba su labor periodística como reportero y cronista parlamentario de La Prensa, antes de cumplir los veinte años.
Graduado con medalla de oro, con una tesis sobre “Aneurismas arteriales quirúrgicos” comenzó con todos los auspicios la que sería su breve carrera profesional. El préstamo de un tío le permitió partir hacia Europa en 1889 a fin de perfeccionarse en cirugía en París, Viena y Berna: su ambición de entonces era la cátedra universitaria, a la que accedió, como profesor suplente de cirugía, poco después de su retorno al país. Su periplo europeo, el contacto con otra realidad social, no lo alejó aún de su interés por la medicina, en la que brilló rápidamente. José Arce, en su Historia de la cirugía, lo señala como el más destacado entro los cirujanos jóvenes. “por su mayor experiencia y por haber sido el primero y más decidido propagandista de las nuevas ideas”. Él fue el introductor en América del Sur del método aséptico en cirugía, el primero que operó en la Argentina una hernia inguinal libre y también el primero, no sólo en el país sino en el mundo —según testimonio de algunos colegas de prestigio—, que practicó con éxito la resección osteoplástica de la bóveda craneana en un niño epiléptico de siete años, aplicando los métodos del doctor Wagner, un eminente cirujano europeo que Justo había analizado en un trabajo publicado en 1890 y que mereciera el premio Montes de Oca —diploma y medalla de oro— de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
LA CONMOCION DEL NOVENTA
La ciudad de Buenos Aires que encuentra Justo a su regreso de Europa se halla en ebullición, motivada por el repudio a la corrupción del régimen de Juárez Celman y por los anticipos de un “crac” económico, primera alerta en el vertiginoso proceso de modernización de una Argentina abierta al mundo. Para la vida del joven médico comienza una década decisiva.
Enseguida de su regreso, Juan B. Justo decide adherir a la convocatoria de Francisco Barroetaveña contra los excesos del régimen juarista. Acompañaba en ese paso a otros jóvenes: Marcelo T. de Alvear, Roberto Payró, Lisandro de la Torre, Emilio Mitre y Tomás Le Breton, por citar a algunos. Bernardo de Irigoyen, Leandro Alem, Aristóbulo del Valle, José Manuel Estrada, Pedro Goyena, Hipólito Yrigoyen y Miguel Navarro Viola conformaban el grupo de los mayores. El 13 de abril de 1890 Justo firma el Acta Constitutiva de la Unión Cívica de la Juventud. Unos días después, en el Prado Español de la Recoleta, sin ninguna convergencia con aquel movimiento, un grupo de trabajadores, casi todos extranjeros, conmemoraban —cumpliendo con la resolución del I Congreso de la internacional Socialista reunido en Paris el año anterior, el 1º de Mayo como el Día de los Trabajadores y un poco antes un grupo de organizaciones obreras había presentado un petitorio al Congreso nacional en el que solicitaban una cantidad de reivindicaciones obreras. Las demandas no tuvieron el más mínimo eco: fueron rechazadas y mandadas al archivo porque la nota que las contenía no había sido “redactada en papel sellado, como corresponde”. Esos obreros vieron con indiferencia el estallido de la revolución antijuarista en julio do 1890. Justo también; pese a su participación en la Unión Cívica, desconfiaba de la presencia militar. Años después escribiría: “A mi vuelta, todavía sin ideas socialistas, fui de la Unión Cívica de la Juventud, formada en el año ochenta y nueve para mejorar la política del país, el único en oponerme en el seno de aquella asociación a manifestaciones de solidaridad con algunos cadetes del ejército que fueron sometidos a medidas disciplinarias por haber asistido a un mitin político. Mi manifiesta aspiración a que aquel naciente movimiento político no tuviera vinculaciones estrechas con el ejército hizo que en el año noventa, hasta el momento mismo de la revuelta militar del Parque, yo ignorara su inminencia a pesar de que en algunas publicaciones aparezca como uno de los participantes en aquel movimiento. Supe de la revolución del 26 de julio cuando ya había estallado y fui entonces al Parque para prestar los servicios de asistencia y evacuación de los heridos que me fueran posibles”. Pero la crisis del noventa y la revolución del Parque hicieron por fin en Justo detonar, al mismo tiempo, su repudio por lo que llamaría “la política criolla” y sus expectativas a favor de nuevos horizontes sociales. En su breve viajo por Europa había seguido “la aventura cesarista del general Boulanger” y había reforzado su rechazo a la injerencia militar en la política. Por otro lado, vistos los resultados de la revolución que llevó a Carlos Pellegrini al poder, que no habían mejorado ni la situación social ni las costumbres políticas, Justo se apartó definitivamente de la Unión Cívica, infectada “de virus faccioso y clerical” o incapaz de “formular propósitos políticos y sociales concretos”. Fue entonces —recordará en 1920— que: “Me hice socialista sin haber leído a Marx, arrastrado por mis sentimientos hacia la clase trabajadora en la que veía una poderosa fuerza para mejorar el estado político del país”. Con esa voluntad ingresa en 1894 a la Agrupación Socialista, fundada dos años antes, que adoptará luego el nombre de Centro Socialista Obrero.
ANTECEDENTES
Otros se le habían adelantado en esa lectura de Marx. Tímidamente primero en los años setenta, en que se organizan dos secciones de la Internacional Socialista en Buenos Aires —una francesa, otra italiana y española—, y con más fuerza una década después, con la constitución en 1882 de la Asociación Vorwärts por un grupo de obreros e intelectuales alemanes de ideas socialistas que habían llegado al Río de la Plata huyendo de las persecuciones de Bismarck.
De los hombres que participaron de dicha asociación el que más trascendió fue seguramente el ingeniero Germán Ave Lallemant, nacido en Lübeck, que se estableciera en San Luis alrededor de 1870. Allí y en Mendoza desarrolló hasta su muerte, en 1910, una intensa labor científica y profesional vinculándose con personalidades como Estanislao Zeballos y Francisco P. Moreno, pero sin dejar nunca la actividad ideológica. Ave Lallemant fue el primero en intentar fundar explícitamente un análisis marxista de la realidad argentina. Hasta su muerte siguió vinculado a la socialdemocracia alemana —entre 1894 y 1909 fue corresponsal de Die Neue Zeit, la revista dirigida por Karl Kautsky— al mismo tiempo que colaboraba en las iniciativas políticas que empezaban a germinar en el país. Su nombre ha quedado ligado para siempre al primer periódico marxista de la Argentina, El Obrero, aparecido el 12 de diciembre de 1890; asimismo, integró en 1896 con Juan B. Justo, médico, Juan Schafer, zapatero, Adrián Patroni, pintor, y Gabriel Abad, foguista, la primera lista de candidatos a diputado por una agrupación política socialista, el Partido Socialista Obrero Internacional (que luego cambiará su nombre reemplazando el término “internacional” por el de “argentino”) resultado de la fusión del grupo Los Egaux constituido por franceses el Fascio del Lavoratori, compuesto por italianos, y el Centro Socialista Obrero, al que luego se unirán el Centro Socialista Universitario, el Centro Socialista Revolucionario y la Asociación Vorwärts.
En medio de los fragores de la crisis del noventa Justo comenzará a entrelazar su vida con estos intelectuales y trabajadores de origen europeo, mayoritariamente alemanes que traían al país los nuevos vientos del socialismo, para convertirse, en poco tiempo, en su figura más notoria. Es evidente, sin embargo, que la inclusión de Justo en esas filas representó, en muchos sentidos, un punto de viraje. En primer lugar, su presencia abrió las puertas para la incorporación de una camada importante de jóvenes profesionales de origen nativo, contribuyendo así a nacionalizar a un contingente hasta entonces abrumadoramente constituido por extranjeros. En segundo lugar, Justo, que había llegado al socialismo sin respetar la ortodoxia del materialismo histórico, desplazó la hegemonía de ese pensamiento en el embrionario movimiento socialista del Río de la Plata, intentando darle una orientación más ecléctica y pragmática. Esto último punto de distinción puede apreciarse en la implícita polémica entre Lallemant y Justo acerca de la valoración de las consecuencias de la crisis del noventa y del papel que debería jugar en la nueva realidad una fuerza política socialista.
En su primer número, El Obrero buscó dar, desde el marxismo, una interpretación sobre la revolución del noventa. “Nuestro Programa” se titula el artículo editorial y su contenido está inspirado por los “grandes descubrimientos de nuestro inmortal maestro Carlos Marx”. Aunque la nota no lleva firma, todo indica que su autor es Ave Lallemant, director del periódico. ¿Cuáles son las claves de ese análisis tan enfáticamente remitido a las enseñanzas del marxismo? Los sucesos del noventa son explicados como resultado del conflicto entro tres fuerzas: “el capital extranjero, la oligarquía del caudillaje y la pequeña burguesía nacional”. El primero, que en palabras de El Obrero fue quien “inició y llevó adelante la obra de civilización”, se valió de la oligarquía del caudillaje para asentarse en el país, pero en un punto chocó con ella, envuelta en “el régimen del incondicionalismo y del unicato, forma especial sudamericana del absolutismo” “La Bolsa —agrega el editorial—, este templo del gran sacerdocio capitalista, hostilizó al gobierno caudillero por medio del agro, del precio del oro, y la completa ignorancia de nuestros hombres de estado en todo lo que a la estructura económica del capitalismo concierna, llevó al país a la bancarrota.” De la mano de la Unión Cívica —concluye el articulo— y obedeciendo a la acción civilizadora del capital “comienza en este país la era de la dominación pura burguesa”.
El análisis de El Obrero, dogmático en la adopción de la terminología del marxismo, aparecía como un eco de la ortodoxia de la socialdemocracia alemana, tradición a la que estos emigrados se remitían como feligreses de un libro sagrado. A lo largo de sus 88 números, durante 22 meses, la publicación pasó revista a los grandes problemas argentinos, enfocándolos desde la perspectiva de un socialismo revolucionario y con un estilo —dirá Justo años después— que “denunciaba el origen tudesco del ingeniero Ave Lallemant y de los obreros que lo redactaban”. La calificación no era despectiva, pero buscaba señalar las diferencias entre este primer socialismo de los “alemanes” radicados en la Argentina y la visión reformista que Justo le daría al partido. De hecho aquéllos siempre tuvieron una visión crítica sobre el desarrollo del nuevo partido bajo la dirección justista. En una carta a Die Neue Zeit de 1909 —un año antes de su muerte— Ave Lallemant señalaba que “los elementos propulsores del partido socialista son ideólogos burgueses que no están dispuestos a cruzar un determinado Rubicón”. En la misma nota agregaba esta muestra de entusiasmo revolucionario: “la Argentina se acerca cada vez más a las condiciones rusas”. De hecho varios de los colaboradores de Vorwärts y El Obrero —Carlos Mauli, Germán Muller y Augusto Kühn, por ejemplo— participaron más tarde de las escisiones que llevaron a la constitución del Partido Comunista.
EL FUNDADOR
El salto organizativo que significará la difusión de El Obrero junto con el crecimiento de las luchas sociales, en un país que no se recuperaba de la crisis, apresuraron la constitución del Partido Socialista. A partir de los sucesos del noventa, vista la frustración que la política del acuerdo trajo sobre las expectativas generadas por la Unión Cívica, en algunos marxistas del noventa como Ave Lallemant la irrupción de la Unión Cívica Radical y los ecos de la revolución de 1893 despertaron nuevas esperanzas. Así lo expresará en un artículo de 1894 publicado en La Vanguardia: “El partido radical es hoy el elemento revolucionario en la República Argentina, nacido de la crisis económica y encargado de transformar nuestras instituciones políticas en formas estrictamente ajustadas a los intereses capitalistas. [...] Si los radicales nos temen y nos miran de reojo, a nosotros nos es muy simpática su lucha en favor de la democracia, aunque no sea más que la democracia burguesa”. Esa no será la visión de Juan B. Justo: rápidamente verá también a los radicales, enredados en el abstencionismo electoral y en la preparación de conjuras cívico-militares, como representantes de la “política criolla”, y aspirará a que sea el socialismo el que a la vez pudiera encarnar la modernización democrática y la transformación social, en un proyecto de sociedad en que ambos valores se entrelazaran en caminos simultáneos. Comenzará una saga fundacional de instituciones aptas para ese objetivo, cuyo punto de arranque será el periódico La Vanguardia, en 1894; el Partido Socialista, en 1896; la Sociedad Obrera de Socorros Mutuos, en 1898; la Sociedad Luz, en 1899, para culminar en 1905 con la Cooperativa El Hogar Obrero. En el medio queda la creación de El Diario del Pueblo, un frustrado intento —duró solo dos meses— de generar un periódico no partidario destinado a penetrar en otros sectores sociales.
Tras los sucesos del noventa Justo no ocultó su decepción. “Después de aquella revuelta —escribirá en 1920— que ahora se magnifica hasta hacerla aparecer como uno de los grandes acontecimientos de la historia argentina, las cosas siguieron como antes.” Decide, entonces, retornar a lo suyo, la medicina, aunque en esos años emprende también una suerte de lecturas sociológicas y económicas quo serán decisivas para la conformación de su pensamiento. Emprenderá un segundo viaje, además, en 1895 hacia Estados Unidos y Europa que marcará un parteaguas en su vida.
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