SALUD MENTAL Y DESAMPARO BAJO EL GOBIERNO MACRISTA
Los porteños que nadie quiere mirar
Unas 17.000 personas se encuentran en situación de calle en la Ciudad de Buenos Aires. Un importante número de ellas necesita contención psicológica, pero la administración PRO sólo piensa en los terrenos del Hospital Borda.
La mayoría les escapa a estos hombres y mujeres de todas las edades que deambulan, en una deriva eterna, como en una vigilia alucinada, por las oscuras calles de la zona.
Es una noche de invierno. Un hombre mediano, de ojos celestes, barba y cabellos rubios, la cara erosionada de mugre, hurga la basura de un conteiner. Grito de Ascencio y Atuel, Parque Patricios. Lenta, pasa una formación del Belgrano Cargas. Mientras, él se cuelga de los cordones en su cuello un par de zapatos maltrechos, y carga un pequeño esquinero de mimbre deshilachado, casi podrido. Mira fugazmente hacia las vías y sigue caminando. Habla sólo y se mueve defectuosamente. Está raquítico. Mira permanentemente en todas las direcciones, lo que delata, acaso, paranoia. Para en una casa y le pide un cigarrillo y fuego a un anciano sentado en la vereda, la silla al revés, mate en mano. Habla castellano mezclado con italiano, atolondradamente pero en tono muy bajo —casi inaudible— y respetuoso. Sonríe tímidamente con boca y ojos; lo define un halo de actor de variedades o de espectáculos para niños. Pero no lo es. Algunos vecinos —pocos— le tienen simpatía: lo saludan y hasta suelen quedarse charlando unos minutos, no demasiados. Pero la mayoría les escapa a estos hombres y mujeres de todas las edades que deambulan, en una deriva eterna, el día, la noche entera, como en una vigilia alucinada, por las oscuras calles de la zona. Son cientos, y habitan mayormente la zona sur de la ciudad, pero también se los ve en Boedo, Balvanera, San Cristóbal, Congreso. Se podría decir que son linyeras nómades; en cada lugar que paran dejan una prenda de vestir, una botella vacía —“alguno bártulo”, precisa el hombre de cabellos y barba ralos, rubio, de ojos celestes que refulgen entre la suciedad impregnada en su rostro—, en señal de que la posta está ocupada. El hombre de mediana estatura y cabellos rubios ensortijados por la mugre viste trapos roñosos. Fuma y se lamenta, en cocoliche: “La gente piensa que somos peligrosos, no sé, por el aspecto. Pero yo pido todo con respeto y jamás robé ni molesté a nadie. Solamente trato de sobrevivir”.
En setiembre del año pasado, Horacio Ávila, integrante de la ONG Proyecto 7 y del Centro de Integración Monteagudo, un hogar que rescata a personas de la calle (ubicado en el 345 de esa calle, en Parque Patricios), le dijo a la agencia Télam: “Hay en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) unas 17.000 personas en situación de calle y otras 700.000 en emergencia habitacional”. Ávila, que vivió durante 7 años a la intemperie, aseguró: “Le discuto a quien sea que nadie quiere estar en la calle. Lo digo desde la experiencia, no conocí a nadie elegir eso como opción de vida”.
La Vanguardia solicitó —en repetidas oportunidades— entrevistar a funcionarios de las áreas de Jefatura de Gabinete y Salud de la ciudad, pero los respectivos encargados de prensa dilataron hasta el hartazgo su respuesta a este cronista.
Desde el punto de vista médico, las cosas son más precisas. “Macri quiere demoler el hospital Borda para continuar con su proyecto de trasladar el centro cívico de la ciudad. Pero este hospital está hecho en el siglo XIX, como lo hacían los franceses en aquella época: además de la estructura sólida, está diseñado para la atención de personas con enfermedades mentales de todo tipo. Por supuesto que hoy el tratamiento de estas personas es muy diferente, tendiente a incluirlas en la sociedad. Por eso, la radio que funciona hace años y todos los programas participativos, los talleres de todo tipo. Los pibes que vienen a ayudar, a compartir, son los artífices de esa inclusión, y eso comienza cuando las personas pueden expresarse, socializarse. Eso es inclusión. Fíjese los parques hermosos, con esos árboles: esto fue pensado para que las personas con padecimientos mentales pudieran salir al exterior, sentir el sol, la lluvia, el perfume de las flores o el canto de los pájaros; la vida. Macri quiere tirar el hospital abajo, y su determinación se manifestó en forma de represión salvaje. Nosotros apostamos a la desmanicomialización y a la inclusión”, explica con bronca y vehemencia un jefe de servicio de Psiquiatría del hospital, que pide mantener en reserva su nombre y alude al operativo de la Metropolitana realizado el 26 de abril de 2013.
De un tiempo a esta parte, ha crecido el número de personas en situación de calle. Se trata de personas a las que se puede ver caminando día y noche por las calles, hurgando en los conteiner, en pésimo estado físico y con evidentes padecimientos mentales. Puede suponerse que, además de estar fuera del sistema, son prácticamente NN. Y han sido perseguidos por la UCEP para sacarlos de los lugares donde se guarecen. Esas patotas han abusado sexualmente de una mujer embarazada, han lastimado, amenazado y robado a esas personas.
–La sensación es que estas personas están en riesgo de vida…
–Piense que este hospital cuenta con unas dos mil camas, y piense cuántas pueden ser las personas en esta situación. Estas personas sufren en general de padecimientos mentales, algunos muy graves; pero muy agravados también por la falta de tratamiento médico, de contención psicológica, social, y por la exposición al consumo de drogas baratas y de pésima calidad, como el paco. Evidentemente, al jefe de Gobierno no le interesan las personas que viven a la intemperie, con todos los riesgos que eso implica. Las personas con problemas mentales son personas, ante todo, y es inmoral y muy cruel dejarlas a la buena de Dios. Es virtualmente un magnicidio. Este hospital se podría arreglar, incluso agregar pabellones para que la gente de la calle tenga su tratamiento, y hablamos de personas cuyo tratamiento debe seguido por profesionales de manera estricta. Y los mejores profesionales, le puedo asegurar, trabajan acá.
Sentando un horrendo precedente institucional que hoy tiene su correlato en las muertes y vejaciones perpetradas en linchamientos que a manos de turbas enardecidas recibieron supuestos ladrones y narcos, en su mayoría jóvenes excluidos del sistema, el gobierno de Mauricio Macri ejercía de manera institucional la violencia contra estas personas que no tienen a dónde ir. Su gobierno ordenó el año pasado la ejecución de una brutal represión dentro del hospital Borda: su policía Metropolitana, disfrazada de SWAT, cargó con palos, balas de goma y plomo contra enfermos, médicos y periodistas de todos los medios, incluidos La Nación y Clarín.
El jefe de Gobierno está además siendo investigado por denuncias de vecinos sobre abusos sexuales, violencia física y verbal a personas que viven en la calle. Según los demandantes, los agresores eran agentes de la ex UCEP (Unidad de Control del Espacio Público), cuya fuerza de choque desarrollaba sus actividades de 23 a 6 de la mañana. Entre las víctimas, que eran golpeadas, amenazadas y robadas —mientras sus pertenencias eran veces arrojadas a los camiones de basura, que hacían de apoyo logístico, para ser compactadas—, hubo una mujer embarazada, Carla Baptista, que fue manoseada en plena calle. También fue agredida Graciela Cisneros. Ambas habitaban bajo la autopista 25 de Mayo, en la calle Pasco. Era octubre de 2009. Los operativos de la UCEP fueron 444; el 28 de noviembre de ese año, ante múltiples denuncias y reclamos, a las que se sumaron la Defensoría del Pueblo y el Centro de Estudios Legales y Sociales, Macri ordenó desmantelar el organismo. La UCEP dependía del entonces ministro de Ambiente y Espacio Público, Juan Pablo Piccardo. Actualmente, el jefe de Gobierno está imputado por los delitos de coacción agravada y abuso de autoridad: debe ser investigado en 17 hechos cometidos por ese organismo.
En el ámbito nacional, las personas con problemas mentales cuentan desde diciembre de 2010 con la Ley 26.657 de Salud Mental, que tiene como autoridad de aplicación a la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones. El autor es Leonardo Gorbacz, ex diputado por el ARI y actual secretario ejecutivo de la Comisión Interministerial de Salud Mental y Adicciones, dependiente de la jefatura de Gabinete. En una charla con La Vanguardia, el funcionario habló sobre el espíritu de la norma y de cómo se aplica en la Nación y las provincias. Explicó también cuál es, a su juicio, el déficit que presenta en la materia la actual gestión del Pro en la Ciudad de Buenos Aires.
–¿Cómo funciona la ley?
–Algunos meses antes de su sanción, la Presidenta creó la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones, que pertenece al Ministerio de Salud, con el objetivo de desarrollar una política de alcance nacional enmarcada dentro del ámbito de los derechos humanos y orientada a la inclusión social de las personas con padecimientos mentales. No obstante, hay que tener en cuenta que cada provincia tiene su autonomía en cuanto a las políticas de salud, y eso implica que la aplicación concreta de la ley en el territorio no depende exclusivamente de Nación sino, en buena medida, de cada una de las provincias y municipios, aunque tratándose de una ley que promueve un cambio de paradigma hay muchos otros actores involucrados: la Justicia, el sistema educativo, el área social, las organizaciones de trabajadores, de usuarios, de familiares, y la comunidad en su conjunto. El Ministerio de Salud de la Nación ha distribuido en algunas provincias equipos interdisciplinarios en el primer nivel de atención, y también ha contribuido a armar equipos para que muchos hospitales generales puedan tener su servicio de salud mental. También está permanentemente capacitando en todas las provincias para la aplicación de la ley y el desarrollo de buenas prácticas, y financia algunos proyectos de inclusión social, entre otras acciones de apoyo.
–¿Qué piensa de la política del gobierno de la CABA respecto de la situación de estas personas, teniendo en cuenta que desde hace más de diez años cuenta con su propia ley?
–La CABA debería estar muy avanzada en políticas de salud mental, porque hace más de 10 años tiene una ley propia que va en línea con la ley nacional. Sin embargo se han hecho muy pocos avances. La actual gestión pasó de negar la ley de salud mental propia, la 448, a aceptarla con el sólo fin de desconocer la ley nacional. Ha desarmado proyectos interesantes como el PAC (Programa de Atención Comunitaria de Niños, Niñas y Adolescentes con Trastornos Mentales Severos), y no ha aumentado la oferta de casas de convivencia que tiene desde gestiones anteriores. Por otra parte, ha puesto en discusión una reforma en salud mental, cuyo eje central es la necesidad de desocupar los terrenos del Borda para construir un Centro Cívico. De esa manera, ha distorsionado un debate que debiera darse con el eje puesto en las personas, y lo que tenemos hoy es un debate sobre salud mental cuyo eje es un terreno. No podemos acordar con la idea de construir un centro cívico en terrenos donde hoy están los hospitales psiquiátricos sin un plan de inclusión social de las personas internadas, y tampoco podemos coincidir con las posiciones de defensa cerrada de los asilos psiquiátricos, que claramente son instituciones no compatibles con un sistema de salud mental del siglo XXI. Por último, no nos parece que la alternativa para las personas que necesitan asistencia sea el encierro o la calle. La CABA tiene que desarrollar políticas de asistencia que permitan que las personas puedan vivir en la comunidad, con el acompañamiento social y la asistencia sanitaria que necesitan en cada caso.
Ya es noche cerrada, y el hombre de mediana estatura se despide del anciano; antes, le pide otro cigarrillo, lo enciende y saluda con una reverencia teatral que el hombre rechaza con un ademán y una sonrisa, mientras le extiende un puñado de monedas y le dice: “Por favor, úselo para comer; es lo único que pudo darle”. El anciano se levanta, carga su silla y abre la puerta de su casa, mientras musita una queja, un reproche, acaso a Dios, girando la cabeza a los lados.
El hombre de mediana estatura camina con paso lento y defectuoso, cargando sus miserias, mientras habla y se ríe solo. Para en el próximo conteiner de basura, pero no encuentra nada. Continúa su marcha por la calle empedrada, tapizada por las hojas muertas del otoño. Su figura se recorta contra la luz mínima de un farol que se agita con el viento y se pierde en la ciudad desnuda.
Ezequiel Sánchez
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