La irreverencia de un disposicionero
Chávez narra —nos habla de su infancia pobre en Sabaneta, de una conspiración risueña en una cumbre de mandatarios, de los días estudiosos de la academia militar, del pelotón dubitativo que se apresta a fusilarlo— y la sensación precisa que tenemos es la de que podríamos escucharlo durante horas, porque nos estamos divirtiendo. De esa constatación evidente, surge la pregunta más natural: ¿de qué está hecha esa extraordinaria vitalidad narrativa? Le prestamos, entonces, una atención menos cautivada y entendemos que el primer nivel de esa vitalidad es, sin duda, retórico: una intensidad vibrante en el tono de la voz que se sostiene, una sinonimia trabajada —que contradice alegremente una astucia formal de Borges: eludir los sinónimos, que sugieren diferencias imaginarias—, una vehemencia que viene a señalar los núcleos argumentativos de su discurso, una simpatía natural que se despliega en la sonrisa.
Pero la retórica, porque es meramente formal, es siempre el corto plazo. Si el interés se sostiene, deberá ser porque la narración de Chávez está asentada sobre una estructura más profunda, trascendente. Y entonces se nos aparece el elemento central de su discurso, que de algún modo constituye el legado de su vida de lector: un sistema de citas heteróclito que va de Marx a Vargas Llosa, de Teilhard de Chardin a Sucre, de Mariátegui a von Klausewitz, de Borges a las autoridades innominadas de la revista Tribilín.
Ese sistema de citas le permite a Chávez varias cosas. En principio, volver a conectar con una tradición histórica relegada por las experiencias liberales y proponerse como continuidad. Pero lo que nos interesa aquí es que viene a confirmar de un modo extraordinario una astucia no formal del primer Borges, acaso su intuición más profunda: la única posibilidad de ser en la periferia del mundo es la irreverencia frente a la tradición europea.
Simplemente, porque esa tradición no reserva un lugar para lo americano como no sea, en el mejor de los casos, el del peligro conjurado, y el ejemplo flagrante de esa falta de reserva es la opinión de Marx sobre Bolívar. Es la irreverencia fecunda de Chávez quebrando con Europa a través de su sistema de citas heteróclito la que informa su extraordinaria vitalidad narrativa. Es, también, la que le permite decir que nadie sabe cómo se construye el socialismo, que hay que crearlo, y que él podría aportar algo, “porque soy disposicionero, como dijo mi abuela”. Y a la autoridad manifiesta de la abuela, sigue la de un marxista peruano: “Ya lo dijo Mariátegui: nuestro socialismo indoamericano no debe ser calco ni copia, sino creación heroica”.
Matías Alinovi
Físico y escritor
Es La Vanguardia que vuelve
La histórica editorial organiza una presentación de sus nuevos títulos, con la participación de los autores.
Búsqueda
Editora La Vanguardia celebró su relanzamiento
Oscar González habla en la presentación de su libroCon la presencia de autores, colaboradores, compañeros y amigos, la legendaria editorial socialista dio a conocer sus nuevos títulos.
Un reconocimiento histórico
Justo desarrolló una intensa acción política y cooperativa.Con presencia de militantes socialistas, legisladores, dirigentes políticos, sociales, sindicales y cooperativistas, fue inaugurado en la Ciudad de Buenos Aires el monumento que recuerda al fundador de La Vanguardia, el Partido Socialista y El Hogar Obrero.
“América Latina es toda feminista”
El discurso de los medios estuvo en el centro de los cuestionamientos.Convocadas para repudiar el femicidio y la violencia machista, unas 150.000 personas se dieron cita en la plaza del Congreso. Entre el fervor de las militantes y los cambios que traen las nuevas generaciones.