UNA EXPERIENCIA SINGULAR DE CONSTRUCCIÓN SINDICAL
De la resistencia a la consolidación
En 1994, cuando se hizo cargo, Metrovías contrató sólo a 1.100 de los 3.643 trabajadores que había en ese momento, y agregó otros 1.100. La privatización dejó sin efecto el Convenio que regía desde 1975, y con él la jornada de seis horas diarias por insalubridad, se bajaron los salarios y se tercerizaron servicios de limpieza, seguridad y control que cumplían unos 500 trabajadores.
En su libro Un fantasma recorre el subte, Virgina Bouvet, hoy secretaria de organización de la AGTSyP, cuenta: “Se aceptaba como algo natural que no hubiera agua potable en toda la red de Subte y que en el sector de boletería estuviera prohibido tomar un té o una gaseosa durante la jornada de ocho horas. Era normal que te amenazaran con despedirte si no estabas conforme, era normal que efectivamente te echaran”.
El malestar crecía y comenzó a emerger un activismo gremial que se planteaba resistir. Hacia fines de 1996, agrupaciones clandestinas se reunían para discutir las condiciones laborales. En vísperas de las elecciones de delegados de setiembre, la empresa despidió sin causa a dos candidatos que eran boleteros. La bronca se generalizó en todas las líneas hasta que llegó a los plenarios de delegados, donde se propuso una movilización a la sede de Metrovías. No se logró el objetivo de reincorporarlos, pero fue el primer paso. Al año siguiente, se consigue la reincorporación de un conductor y una boletera. Los trabajadores comenzaban a ganar confianza en sus propias fuerzas.
El salto cualitativo se da en 2000, cuando se presentan listas unitarias de oposición en todas las líneas —integradas por militantes de varias agrupaciones e independientes— y se gana en la mayoría. De inmediato, la empresa puso a prueba a la flamante conducción: suprimió el puesto de guarda en la línea B, pero tuvo que desistir.
Poco más tarde, los delegados comienzan a elaborar un proyecto de ley “propagandístico”, asesorados por el diputado socialista Raúl Puy. “Cuando fuimos al subte, se sorprendieron todos. Era un sector que venía de una derrota gigante, recién se empezaban a parar los despidos, y de repente un proyecto hablaba de la problemática de nuestra jornada laboral”, recuerda Pianelli. La conquista demoraría tres años más. En esos días, fue madurando la idea de abandonar la UTA. El Cuerpo de Delegados ya tenía presencia y autoridad, y no se discutía nada con la empresa sin la presencia de sus representantes. “En 2006, Roberto Fernández, secretario general de la UTA, nos apretó: ‘O se encuadran o los echo’. Ahí decidimos irnos”, refiere Pianelli. La propuesta fue avalada, en plebiscito, por la mayoría de los trabajadores del subte.
D.C.
Es La Vanguardia que vuelve
La histórica editorial organiza una presentación de sus nuevos títulos, con la participación de los autores.
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Hoy “no mandan los gringos, sino los indios”
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Un reconocimiento histórico
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“América Latina es toda feminista”
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