LOS DE ABAJO
De golpes y charreteras
Escribe Juan Carlos Coral
Gracias a la lucha por la memoria, la verdad y la justicia, se ha blanqueado la participación relevante de civiles en los golpes de estado. En el largo período de dictaduras militares y democracias tuteladas, se pretendió disimular la presencia civil, reduciendo el conflicto a un enfrentamiento del estamento militar con el resto de la sociedad. Las clases dominantes instalaron la falsa teoría de que los golpes de estado se producían por los apetitos personales de generales ambiciosos, una caracterización psicologista que no tiene nada de ingenua o desprevenida.
Era una versión hipócrita de la realidad para ocultar los grandes intereses económicos que recurren al golpe cada vez que sus lobbistas fracasan o cuando las democracias resultan impotentes para contener la protesta social. Para esta sociedad, la hipocresía no es una tara moral o una degradación ética pasajera. Pertenece a su lógica interna; es el instinto de conservación de un sistema que no puede confesar sus verdaderos intereses. Al sometimiento del pueblo por intereses económicos, se le llama “libertad de empresa”. A la difusión de intrigas y mentiras, “libertad de prensa”. A la libertad de explotar, “libertad de contratación”. Al trabajo clandestino, “trabajo informal”. A las villas miseria —arraigadas desde hace 70 años—, “villas de emergencia”. Y llevando la hipocresía hasta la falsificación de su propia identidad, a los caceroleros ahora le aconsejan uniformarse de pantalón oscuro y remera blanca, para no delatar con su indumentaria su origen de clase. Finalmente, en ese contexto de simulaciones infinitas, los partidos más conservadores ya se animan a llamarse “populares” y la derecha ha dejado de existir bajo el piadoso aditamento de “centro”. “En toda la historia de la humanidad, jamás ha existido una sociedad tan audazmente hipócrita como la sociedad capitalista”. Así lo denunciaba Jean Jaurès hace 100 años y hoy, con el ejercicio de la comunicación masiva, resulta más sencillo que nunca cambiar la imagen de la realidad.
Afortunadamente las máscaras terminan cayendo y los verdaderos rostros siempre quedan al desnudo. Las viejas dictaduras ya se denominan cívico-militares, exhibiéndose así la raíz económica de los golpes de Estado y por eso, junto a generales y almirantes están denunciados o procesados dueños o responsables de multinacionales extranjeras como Mercedes Benz junto a íconos de la oligarquía nacional como los Blaquier, por delatar y enviar a la muerte a delegados y activistas obreros de sus empresas. Con el neogolpismo del siglo XXI, los papeles se han invertido. Ahora, los protagonistas son civiles: cacerolean, mienten, intrigan, fabulan, anuncian catástrofes imaginarias, mientras las charreteras observan discretamente desde bambalinas.
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