LA DÉCADA GANADA / INTEGRACIÓN REGIONAL

Con rumbo a la igualdad y la construcción de ciudadanía

La escena, en el medio de la Plaza de Mayo, era de una familiaridad sorprendente y, vista entonces y en vivo como la vio a pocos pasos este cronista, no tenía nada de épica: Néstor Kirchner, parado detrás de Lula, palmeaba con una brusquedad afectuosa al presidente de Brasil y se inclinaba para decirle algo en su oído. Lula se carcajeaba mientras, al medio y detrás de ambos, el chileno Sebastián Piñera estiraba el cogote intentando participar de la chanza. Más atrás aún, Rafael Correa y Evo Morales sonreían con una complicidad espontánea con las risotadas estudiantiles de Kirchner y Lula. Faltaba el venezolano Hugo Chávez, ausente con aviso, que había estado poco antes en la Casa Rosada con todos ellos, más el uruguayo Mujica y el paraguayo Lugo y, claro, la presidenta Cristina Fernández. Era el 25 de mayo de 2010 y el país celebraba masivamente el Bicentenario.

Tres años después de aquellos festejos, y a una década de la asunción de Néstor Kirchner y de Luiz Inácio Lula Da Silva en Brasil, Néstor y Chávez ya no están, Dilma sustituyó a Lula y Lugo fue derrocado. Pero, más allá de todo, en estos diez años intensos y apasionantes la región ha vivido un proceso de múltiples transformaciones que abarca a varios países y sus gobiernos populares, de modo tal que los procesos reformistas de América latina contrastan fuertemente con la devastación social y la crisis económica y política que afecta a la Unión Europea.

Cuando en 2003 asumieron Lula y Kirchner, nuestros pueblos luchaban por emerger del fundamentalismo de mercado que se había aplicado o se aplicaba en varias naciones, notablemente en la Argentina, Brasil y México. Chávez, solitario, gobernaba Venezuela desde 1998. Por entonces, la vieja idea de integración latinoamericana se había debilitado simultáneamente con el auge de las reformas neoliberales y la hegemonía de la economía financiera, mientras la extensión del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) a todos los países de la región era firmemente impulsada por los Estados Unidos. Néstor había asumido la presidencia de un país agobiado por una deuda pública que parecía infinita y con una sociedad devastada por la pobreza y la exclusión. Lula, por su parte, había llegado al poder en medio de los augurios de una inminente y segura crisis de gobernabilidad lanzados por los grandes medios de comunicación de su país, tal como sucedería con Kirchner en la Argentina. Y aquí y en todas partes la correlación de fuerzas parecía sumamente desigual y desfavorable a cualquier proyecto de cambios progresistas. No obstante, más de veinte años de luchas populares, desde la crisis de deuda de los 80 hasta el ciclo de aplicación del Consenso de Washington, habían gestado una constelación de movimientos sociales y corrientes de pensamiento y acción que se harían visibles después y que estarían en la base del advenimiento de los gobiernos populares de Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Paraguay.

El primer hito que haría evidente el cambio en la correlación de fuerzas fue, precisamente, el rechazo al ALCA en la cumbre de Mar del Plata en 2005, una acción fundamental que fortaleció el incipiente proceso de integración y que tuvo como protagonistas decisivos a Kirchner, Lula y Chávez, quienes de ahí en más consolidaron una relación personal que será decisiva en la gestación de Unasur y luego del Celac, al igual que en las intervenciones en Ecuador y Bolivia, para preservar la legitimidad democrática, y en el conflicto entre Colombia y Venezuela. Notablemente, las nuevas instituciones latinoamericanas son construcciones plurales, ya que agrupan a naciones con gobiernos de muy diversa orientación política. Incluso, como escribió Marco Aurélio García, entre los países que encararon transformaciones del mismo signo no había un proyecto ideológico común previo, sino “una comprensible (algunos dirán saludable) heterogeneidad y fragmentación programática que refleja las particularidades de las tradiciones culturales y políticas nacionales que las dictaduras y las políticas neoliberales no habían logrado anular.”

García enuncia cuatro cuestiones comunes a los gobiernos populares del subcontinente: 1) Énfasis en las cuestiones sociales: combate a la pobreza, la exclusión y las desigualdades; 2) democratización del Estado y participación social; 3) defensa de la soberanía nacional y 4), integración sudamericana y latinoamericana capaz de garantizar a la región un lugar en un mundo que vive una intensa y acelerada transformación.

Estos objetivos constituyen el núcleo decisivo de la voluntad política de las naciones y gobiernos que tienen el liderazgo en la materia. No hay duda que de la entrañable camaradería que unió a Lula, Kirchner y Chávez, y hoy une a Cristina y Dilma, se funda en esa decisión común de construir igualdad y ciudadanía en cada país como parte sustancial de la integración latinoamericana.

D.C.


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