LA PELEA DE FONDO DE CARA A LAS ELECCIONES DE OCTUBRE

Cerrarle el paso a la reacción conservadora

Con la delantera obtenida en las elecciones primarias, el intendente de Tigre se anotó en la interna abierta para definir el candidato del establishment para las presidenciales de 2015, un lugar que también pretende el jefe de Gobierno porteño. Por eso, Sergio Massa no hace sino repetir los lugares comunes que endulzan los oídos de los grandes empresarios, mientras la prensa hegemónica apunta a debilitar a un gobierno que recuperó la política y la autonomía del Estado frente al poder corporativo.

Cerrarle el paso a la reacción conservadora
Está en juego la continuidad de un modelo que, aun con limitaciones, privilegia la producción e impulsa la redistribución del ingreso, la ampliación de derechos, la recuperación de la política y el Estado frente al poder económico

Foto: Télam

Para atraer inversiones, la Argentina necesita seguridad jurídica, regulatoria y legislativa. Y aunque “hemos hecho todo lo que pudimos por destruir el sector agrícola”, el país continúa siendo atractivo para quienes estén dispuestos a incursiones en sectores como los bienes raíces, el turismo, la tecnología, los servicios de call center y la energía, en la medida en que el precio local de los hidrocarburos se equilibre con los globales. Las definiciones, que integran el sentido común del establishment, no tenían nada de llamativo, salvo que habían sido sostenidas por un asesor del jefe de Gabinete del gobierno nacional en la misma Casa Rosada frente a potenciales inversores y un diplomático estadounidense.

Corría 2009 y Sergio Massa tenía los días contados como Jefe de Gabinete de la administración presidida por Cristina Fernández. Según relata Santiago O’Donnell en ArgenLeaks —un libro que compila y contextualiza los cables de la diplomacia estadounidense sobre la Argentina difundidos por Wikileaks—, la propia Embajada se vio tan sorprendida por el inusual hecho que quiso conversar con aquel asesor, Jorge O’Reilly, que para ese mismo año predecía un escenario de devaluación, recesión y fuga de capitales.

O’Reilly le había sido presentado a Massa por Horacio Rodríguez Larreta, según refería por entonces La Nación. Ex rugbier, abogado egresado de la Universidad Católica, desarrollador de countries y miembro numerario del Opus Dei, actuó unos meses después como anfitrión de una cena entre su amigo —que por entonces había reasumido ya la intendencia en Tigre— y la embajadora estadounidense, Vilma Socorro de Martínez. Según consigna el cable reproducido por O’Donnell, “Massa fue despiadado en sus críticas a la pareja presidencial, especialmente a Néstor”, a quien llamó “psicópata” y “cobarde”.

Massa —que inició su carrera política en la Ucedé de Álvaro Alsogaray, fue un menemista convencido y llegó a la ANSES de la mano de Eduardo Duhalde—, demoraría aún cuatro años en convertirse en estrella fulgurante del firmamento de la oposición restauradora, para desvelo de Mauricio Macri y, en menor medida, de Francisco de Narváez, inhabilitado para soñar con la Presidencia por razones de nacionalidad, aunque habitué de las siestas, como su esquivo amigo porteño.

Con una candidatura resuelta a último momento, pero largamente preparada por los medios hegemónicos, Massa replicó en las PASO —casi como un calco— los votos que en 2009 había obtenido la lista encabezada por De Narváez, aunque esta vez con una diferencia mayor sobre el Frente para la Victoria. Consciente del papel que le reserva el establishment, el intendente de Tigre se preocupó por repetir las afirmaciones gratas a los oídos de los hombres de negocios en cuanto escenario político, económico o mediático transitó en vísperas de las primarias e inmediatamente después de su victoria.

Unos días antes de los comicios, ya había pronunciado las palabras mágicas frente a una conspicua representación de capitalistas locales y extranjeros. En un almuerzo organizado por el Consejo Interamericano de Comercio y Producción, Massa dijo que “hoy no somos confiables” y “necesitamos un marco jurídico para mostrarle al mundo que en la Argentina se van a respetar las reglas, gobierne quien gobierne”. No conforme con eso, afirmó que “debemos terminar con la idea de querer regular todo, de ponerle el pie en la cabeza todo el tiempo (al sector privado)”. Y, tras mostrarse dolido por los padecimientos del “campo”, se pronunció por reingresar al mercado internacional de crédito y establecer “metas fiscales y monetarias”, un itinerario con final conocido: el ajuste.

Semejantes definiciones —en sintonía con las de su amigo O’Reilly— no parecen condecir con la pretensión naif de presentar a Massa como alguien que viene a rescatar lo bueno y corregir lo malo. De hecho, quienes están detrás del intendente —y le proveen apoyatura mediática, económica, organizativa y política— no creen que haya mucho por rescatar de la década kirchnerista. Sólo los desvela terminar de asegurarse un candidato que en las presidenciales de 2015 dé vuelta, como una media, el rumbo político, económico y social que ha mantenido la Argentina desde 2003.

A juzgar por el inusual repliegue de Massa tras el tour mediático posterior a las PASO, no parece ser una tarea sencilla. Un singular aporte del kirchnerismo a la cultura política argentina es haber devaluado el eufemismo. Como resultado, nadie puede creer hoy que una eventual restauración conservadora vaya a producirse sin costos políticos y sociales de enorme magnitud. Por eso, gran parte de la prédica de la prensa hegemónica apunta a presentar esa restauración como inevitable y a responsabilizar de esos costos al actual gobierno. Es sintomático, en tal sentido, el editorial en que La Nación asegura que Perón no cayó en 1955 por obra de un golpe, sino porque “porque su régimen se había agotado y abundaban los escándalos y las burdas muestras de autoritarismo”. No se trata sólo de nostalgia gorila, sino de un llamado a acelerar el llamado fin de ciclo.

Aunque las legislativas se concretarán recién en octubre y el Gobierno tiene dos años de mandato por delante, la extorsión fue lanzada la noche misma en que se conocían los resultados de las PASO. Su expresión más brutal, como es costumbre, provino del empleado del mes del Grupo Clarín, pero es repetido en diversos tonos y formatos por toda la oposición cobijada por la prensa hegemónica.

Dos hechos recientes han puesto en blanco sobre negro los poderosos intereses que se mueven detrás de un cambio de gobierno o de orientación política en la Argentina. Los argumentos con que la Justicia estadounidense respalda las demandas de los fondos buitre son muy ilustrativos sobre cuál es el alcance de la llamada globalización o valorización financiera y qué costos tiene salirse del redil. Por su parte, la audiencia convocada por la Corte Suprema autóctona para escuchar a las partes en la controversia sobre la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual muestra qué impacto tiene sobre el sistema político la presencia de un holding que asocia libertad de expresión y poderío económico.

“La elección de las PASO mostró que comienzan nuevos rumbos, y el desafío empieza a ser quién es capaz de contener, ampliar, construir más esperanza y más futuro para los argentinos, porque no alcanza con que se termine el kirchnerismo”, dijo Macri, entrevistado por Perfil en simultáneo con las otras dos tribunas de doctrina de la oposición, Clarín y La Nación, para relanzar o reconfirmar su candidatura en la interna abierta que se ha puesto en marcha para dirimir quién será el abanderado de la restauración conservadora en 2015.

En la entrevista con Perfil, y con la torpeza que le es propia, Macri aludió a la existencia de un “círculo rojo” que auspiciaba en su momento un entendimiento suyo con Massa y Scioli, al que este último no adhirió porque “cree en un montón de cosas que han sucedido dentro del kirchnerismo”. Ni él ni sus exégetas supieron explicar en qué consiste la misteriosa figura geométrica, pero quedó en claro que incluye, por caso, a Clarín.

Durante la audiencia referida, y tal como ha venido haciéndolo a lo largo de la última década, el gran diario argentino se presentó a sí mismo como un garante de la libertad de expresión en el país. Sin embargo, incluso ante preguntas básicas de una Corte que está lejos del jacobinismo, sus abogados no pudieron exponer otro argumento que no fuera la defensa del patrimonio de los accionistas para oponerse a la vigencia de la ley de medios de la democracia.

En más de un sentido, esa exposición es algo más que una metáfora sobre las cosas que estarán en discusión en octubre y en los años que vienen. Contra lo que pretende cierta prensa, no están amenazadas ni la república ni la libertad de expresión, que jamás ha estado tan extendida como ahora. Lo que ha puesto en cuestión el kirchnerismo son las formas y los fundamentos de la república oligárquica que añora La Nación y de la libertad como veto sobre el sistema político, ejercida durante décadas por Clarín.

Entretanto, la pelea de fondo es por definir el rumbo entre dos alternativas. De un lado, la representada por un modelo que, aun con limitaciones, ha venido privilegiando la producción e impulsando la redistribución del ingreso, la ampliación de derechos, la recuperación de la política y la autonomía del Estado frente al poder económico. De otro, la restauración del neoliberalismo, que condujo a la Argentina a la mayor crisis de su historia, al desempleo, la pobreza y la represión. 

Guillermo Wolff


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